Un 25 de junio de 1986 una explosión sacudió uno de los vagones del tren en la estación de MachuPicchu, la meca del turismo peruano. Lo que iba a ser un inolvidable paseo turístico para miles de turistas, no dejó de serlo, pero como un inolvidable infierno. Sendero Luminoso fue el autor de ésta barbarie que cobró la vida de 8 turistas extranjeros y dañó gravemente a más de 35, los peruanos ya estábamos empezando a templar nuestras almas con tanta sangre derramada.
El año anterior un joven locuaz Alan García era la esperanza para acabar con la secta sanguinaria, nada de ello sucedió, el Arquitecto, y los generalotes antecesores minimizaron al monstruo y al novel García se le escapaba de las manos. En ésas circunstancias la carroza del turismo seguía funcionando con casi 300 mil turistas. Los que trabajabamos en hoteles, agencias de viajes y combis de turismo pudimos haber perecido en cualquier momento al interior ó exterior por el show de petardos y coches-bomba, atendiendo los escasos turistas que poco a poco dejaban de visitar el “Pais de los Inkas”. Mi familia como muchas, fue presa de las garras de Sendero, Don Miguel, mi padre pudo haber volado en mil pedazos al sacar uno a uno los “quesos rusos” a la calle cuando un comando de aniquilamiento asaltó su hotel en Puno, pero su valentía pudo más que cualquier destacamento del precario cuartel Manco Capac. Visitar el Perú en esas circunstancias era literalmente hacer “turismo de aventura”.
La vorágine del festín sangriento parecía eterna hasta que un casi desconocido “chinito” logró usar la banda presidencial. Más desilusionados no podíamos estar por el “fujishock” y el abominable terrorismo, y muchos edificios de hoteles y oficinas de turismo cambiaron de giro ó simplemente fueron alquilados ó vendidos, el panorama era incierto, pero la tozudez del menudo personaje logró recuperar la confianza del peruano, si en el año 90 llegamos a tener 316,871 turistas, mucho menos que con García, a partir de ese entonces, la cifra registró un crecimiento significativo y la confianza de los peruanos empezó a resucitar, el pragmatismo de deshacerse de empresas deficitarias exportó una mejor imagen internacional. Como ejemplo, el turismo y Puno especialmente le deben mucho agradecimiento al menudo personaje por haberse interconectado con Cusco y Arequipa cuyas rutas eran un suplicio. La chatarra de Enafer Perú fue vendida, y a las deficitarias Aeroperú y Empresa Nacional de Turismo les cerraron el caño, pero lo más significativo, por haber puesto en vigencia una carta magna gracias a cuya vigencia el Perú evitó ser un paria internacional. Pero, el peruano es generalmente ingrato, se olvida fácilmente de los aciertos de sus gobernantes y recuerda rápidamente sus yerros. (Continuará).