A mayor debilidad de las élites regionales, más centralismo y menores oportunidades de desarrollo. Esta afirmación es una realidad que la historia de Arequipa nos ha demostrado de manera consistente.
La élite empresarial industrial de los años 70 y 80 desapareció junto con el parque industrial, dejando solo algunas industrias regionales con escasa presencia nacional. La Macro Región Sur, liderada por figuras como Najar y Herrera, representó una esperanza. Sin embargo, hoy las élites muestran poco interés en alcanzar proyección nacional, conformándose con un rol secundario.
Lima ha dominado el escenario. Concentra la mayoría de la oferta económica del país y, como era de esperarse, el turismo no es una excepción. Si bien hace 20 años representaba solo el 5% de la actividad turística, hoy Lima alberga la mayor cantidad de agencias de viajes de alcance nacional e internacional, además de los principales hoteles y operadores turísticos del país.
Este dominio ha derivado en un control absoluto de la representación del sector ante el Estado.
Los ministros y burócratas del turismo provienen mayoritariamente de Lima. Allí se decide el rumbo del sector: qué se promociona, cómo se promociona y, lo más importante, en beneficio de quién. Las empresas limeñas son claramente las más favorecidas.
Desde 1985, la Cámara Nacional de Turismo (Canatur) ha logrado que el Estado financie la llegada de compradores turísticos internacionales, quienes mayormente establecen negocios con los grandes «mayoristas nacionales», casi todos con sede en Lima. Solo después, estos contratistas subcontratan a operadores nacionales para cubrir ciertas necesidades, si es que lo requieren.
Durante los años de auge de Arequipa, entre 2000 y 2010, se logró descentralizar el evento Perú Travel Mart (PTM), exigiendo que las actividades se realizaran también en otras ciudades.
En varias ediciones, Arequipa fue sede de este evento, lo que permitió que destinos como el Cañón del Colca se abrieran al mundo. Sin embargo, con el paso del tiempo y la falta de exigencia por parte de los dirigentes locales, el evento se ha centralizado nuevamente.
Hoy, el 76% de los expositores en PTM son limeños, mientras que las provincias reciben apenas un espacio marginal.
El panorama es aún más desalentador. «Perú Mucho Gusto», una feria gastronómica originalmente diseñada para zonas de frontera, fue negada a Arequipa en 2015 bajo el argumento de que no se financiaría fuera de estas áreas. Sin embargo, en los últimos años ha sido rediseñada para reemplazar a Mistura y se realiza exclusivamente en Lima, consolidando la capital como el principal destino gastronómico del país.
No es casualidad que Lima controle el 90% del turismo astronómico, el 94% del turismo de convenciones y más del 70% del turismo de incentivos. Y los planes actuales apuntan a tener mayor presencia en el turismo cultural, con la construcción del museo más grande del país en Pachacámac, Lima.
Pero la culpa no es solo de los empresarios limeños. Gran parte del problema es nuestro. Salvo honrosas excepciones, hemos preferido aceptar lo que nos dan en lugar de exigir la representación que merecemos. No tenemos presencia en los directorios de las asociaciones «nacionales», ni en PromPerú, ni en otras entidades clave para la promoción y financiamiento del turismo. Así, cuando llega el momento de repartir los beneficios, solo nos queda hacer cola y ver cuánto nos toca.
El cambio de actitud de las élites locales es crucial. Necesitamos fortalecer nuestra autoestima regional, establecer objetivos comunes a mediano y largo plazo, y exigir a Lima la representatividad y participación que nos corresponde. Solo así podremos aspirar a tener un Perú Travel Mart descentralizado, una feria «Perú Mucho Gusto» en nuestras ciudades y una voz propia en las decisiones que afectan al turismo nacional.
